Nairi Awari: Un territorio que crece

Siguiendo un camino estrecho y pedregoso que se esconde en lo profundo de las montañas de las provincias de Limón y Cartago, en Costa Rica, se llega hasta la comunidad indígena Cabécar de Nairi Awari. Este territorio, que no solo crece sino que se recupera de décadas de despojo, es el escenario de una lucha constante por la regeneración de sus tierras ancestrales.
El Parque Nacional Barbilla, un bosque tropical de 11.994 hectáreas en el Caribe costarricense, está rodeado por las nueve comunidades que componen este territorio indígena. Únicamente tres de ellas están atravesadas por ese camino delgado, a las demás se llega solamente a pie por la montaña.
En Tsinikicha, uno de los pueblos junto al camino, hoy es un día movido. Dos grupos se preparan para ingresar a la montaña: uno de ellos con el único propósito de disfrutar de una caminata bajo los árboles. El otro, con la misión interminable de proteger el territorio.
Turismo con sello indígena
Kenneth Pérez espera frente a la escuela, a primera hora del día, una pareja de turistas canadienses.
Él es guía naturalista del territorio desde hace seis años y tiene que guiarles a lo largo de 15 kilómetros de caminata entre la montaña. Su destino es Tsiobata, el pueblo donde vive.
Este recorrido es una de las 16 etapas de la Iniciativa turística “El Camino de Costa Rica”. Un desafío que consta de 260 kilómetros a pie desde el Caribe hasta el Pacífico. El trayecto entre Tsinikicha y Tsiobata es la única de las etapas que atraviesa una comunidad indígena.
Kenneth forma parte de un grupo dedicado al turismo comunitario liderado por la Asociación de Desarrollo Integral (ADI) de Nairi Awari, que es parte de la Red Indigena Bribri y Cabecar (RIBCA).
“Nuestro objetivo es implementar mucho más turismo, no solo extranjeros, también nacionales que conozcan nuestra cultura y tradiciones cabécares”, explica.
En Tsiobata, su pueblo, hay un pequeño rancho cultural donde explican a los visitantes sobre la cosmovisión indígena, cantos e historias. En Tsinikicha, en cambio, la oferta está más dirigida a la flora y fauna: senderismo, ríos, cataratas y avistamiento de aves.

El turismo comunitario además de ser un impulso económico para las familias le ha dado la oportunidad a quienes trabajan como guías de aprender otros idiomas, recibir capacitaciones en turismo y en biodiversidad.
“La mayoría de las personas han salido y pierden la identidad, desconocen toda su propia cultura y tradición. Para la familia es algo significativo que uno trabaje para la comunidad. Es algo maravilloso, ellos dicen”, explica.
A lo lejos se ve bajar por el camino empedrado los turistas, Kenneth los recibe y después de una bienvenida en inglés apuran el paso y se pierden entre los potreros que van hacia la montaña.
Los ayudantes del Señor del Bosque
A pocos kilómetros de donde Kennet y la pareja de turistas arrancaron su camino, los guardarecursos salen en su propia misión.
Con GPS, drone, ropa de camuflaje y esposas, Osvaldo Martínez y el resto del grupo de la Asociación de Guardabosques Bäsublukima (ayudante del señor del bosque, en lengua cabécar) comienzan su camino. Deben inspeccionar una denuncia de tala ilegal y la potencial invasión por parte de finqueros. Algo con lo que vienen luchando desde hace décadas.
“Cuando nos llega una denuncia, tenemos que ir rápidamente a verlo y traer la información con el GPS. Ese es el punto más importante, porque eso nos indica donde está ubicado. Así salimos de dudas, para no llamar a otra gente que venga a investigarlo”, explica Osvaldo.

El trabajo de los guardarecursos se vuelve más vital a medida que el territorio indígena se expande.
La comunidad de Nairi Awari se ha encargado de que este bosque que se extiende más allá de las faldas del Parque Nacional Barbilla, no solo se mantenga, sino que crezca.
Un territorio que crece
Mediante el Programa de Pago por Servicios Ambientales (PPSA), un reconocimiento financiero por parte del Estado costarricense para quienes poseen bosques, los Pueblos Indígenas de este pequeño territorio organizados en la ADI han desarrollado un mecanismo para recuperar las tierras que les fueron arrebatadas a sus ancestros décadas atrás.

La ADI ha invertido desde el 2004 hasta la fecha cerca de USD 773 mil dólares americanos, obtenidos mediante este mecanismo de PPSA y ha podido comprar alrededor de 1.300 hectáreas de territorio que alguna vez les perteneció.
“Entre los setentas y ochentas, cuando este terreno todavía no estaba talado, no se había convertido en fincas ganaderas, pertenecía a los abuelos indígenas. Ellos utilizaban un pequeño trillo como ruta para llegar a una ciudad. Tenían pequeñas parcelas donde sembraban y cultivaban sus productos”, explica Alexander.
“Ya son 20 años en esta lucha de recuperación. Lo hacemos por medios pacíficos para evitar conflictos con finqueros”, comenta Alexander.
Hasta recuperar la tierra
El dinero recibido por el PPSA no es suficiente para solventar las necesidades de los grupos organizados del territorio que la ADI Nairi Awari apoya: dos asociaciones de mujeres, la asociación de turismo, una asociación de jóvenes, los guardarecursos y el Consejo Local de Educación Indígena (CLEI).
“Las necesidades de los territorios indígenas son muy grandes, por ejemplo la recuperación de tierra, protección de recursos naturales, enfrentamiento de cambios climáticos y el rescate de la cultura. Entonces las cooperaciones internacionales son vitales”, explica el presidente de la ADI Jaime López.

Con la intención de fortalecer los grupos organizados del territorio, el Fondo Territorial Mesoamericano (FTM) de la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques (AMPB) destinó $50.000 a la Red Indígena Bribri-Cabecar (RIBCA) una de sus organizaciones miembro.
La red nace en el año 2005 y está compuesta por nueve organizaciones de mujeres, seis organizaciones de jóvenes, cinco organizaciones de guardarecursos y cinco asociaciones de desarrollo (una de ellas es Nairi Awari).
“Uno de los papeles de RIBCA ha sido poner esta voz de estas organizaciones a nivel internacional, que se lleve el mensaje que se quiere desde acá a los cooperantes. Que no se evidencie solo lo que los gobiernos quieren, sino la voz de los territorios, de las comunidades indígenas desde sus casas, desde su cosmovisión”, comenta la presidenta de RIBCA, Alondra Cerdas. En el caso de Nairi Awari, el monto que recibió fue implementado en fortalecimiento organizacional y compra de equipos. Aunque llevan mucho camino avanzado, aún necesitan más financiamiento para potenciar sus proyectos.
Para Sara Madriz, una joven de la comunidad y secretaria de la asociación de mujeres y vocal de la junta directiva de Nairi Awari, el apoyo a las asociaciones de mujeres indígenas como la que ella integra es una semilla que genera una reacción en cadena que impacta a todas las otras agrupaciones de Nairi Awari.
