Nueva Trinidad: Un pueblo que sabe reinventarse

Las columnas de humo de las cocinas de leña anuncian el inicio del día en la Colonia 15 de Octubre Nueva Trinidad, un pequeño pueblo cafetalero del Departamento de Escuintla, Guatemala.
Una de esas cocinas es la de Luisa Camposeco, en ella cocina tortillas y calienta el café que produce en su finca.
Este grano es su producto estrella y la comunidad lo comercializa a través de la Cooperativa Agrícola Integral “Unión Huista” R.L., que a su vez forma parte de la Asociación de Forestería Comunitaria de Guatemala Utz Che’.
Justo al lado de la casa de Luisa se encuentran las instalaciones de la cooperativa, a la cual están asociadas 36 mujeres y 38 hombres de la comunidad.
El presidente y representante legal, Damián López, explica que el camino de la cooperativa arrancó ante la necesidad de encontrar un mercado dónde vender su producción a mejores precios. Y también por la urgencia de capacitarse para mejorar sus prácticas en la siembra y el mantenimiento de los cafetales y así aumentar su producción.
“La cooperativa no se desarrolló de la noche a la mañana, tuvo sus caídas y fracasos pero eso no nos hizo renunciar a todo aquello que quisimos”, explica Damián.

Su nuevo objetivo, es que su producción sea cada vez más amigable con el ambiente y logren abrir nuevos mercados.
Sanar el suelo
Por las calles de piedra y arena gris de Nueva Trinidad, empiezan a aparecer maizales y cafetales a ambos lados del camino.
Según dicen en el pueblo “aquí lo que no crece, es porque no se siembra”. Y no es por casualidad, esa riqueza de la tierra es reforzada aún más por las buenas prácticas agrícolas en la cooperativa. Desde hace tiempo las personas asociadas pueden solicitar la pulpa cruda del café a la cooperativa para aplicarla a sus suelos como abono.
Con apoyo del Fondo Territorial Mesoamericano (FTM) de la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques (AMPB), a pocos metros del patio donde secan el café, la cooperativa está trabajando en los cimientos de lo que será una biofábrica de abonos orgánicos.
El financiamiento del proyecto beneficia a alrededor de 175 personas que trabajan en 452 hectáreas de cafetales y protegen alrededor de 860 hectáreas de bosque. Los fondos además contemplan capacitaciones para la elaboración de los abonos orgánicos.
“Lo que queremos es fortalecer nuestro suelo, proteger el medio ambiente y ayudar a que el socio tenga la vida más segura sin ningún riesgo por intoxicación de algún químico. Este proyecto por medio del FTM que nos cayó como anillo al dedo”, explica Damián. Esta iniciativa encamina a la cooperativa en su objetivo de alcanzar una certificación orgánica para poder acceder a otros mercados.
El agua y el bosque en las venas
En el centro de Nueva Trinidad hay una ceiba gigantesca desde donde las casas y las calles se extienden como raíces. A pocas cuadras de ahí, brota un nacimiento de agua.
“Dijimos ‘prohibido destrozar un bosque en esta área donde se encuentra el nacimiento que abastece esta comunidad. Y en vez de botar, sembremos’”, cuenta orgulloso Damián.
Más lejos de Nueva Trinidad y de los cafetales, montaña arriba hay un bosque que la comunidad protege.
“Estamos cuidando más de 12 caballerías (860 hectáreas) que no las hemos tocado, que es lo que realmente debería de valorar el gobierno de este país. Beneficia al mundo entero porque esas montañas son el pulmón del mundo que nos da aire para respirar”, enfatiza Damián.
Pero sobre esa montaña hay algo más que los nuevos pobladores no conocían. Cuando pusieron un pie aquí en el año 1998, azota a Centroamérica uno de los huracanes más poderosos y mortales de las últimas décadas: Mitch.
El cielo nublado y tormentoso les impidió darse cuenta que se habían asentado muy cerca de otra amenaza: el Volcán de Fuego.
El retorno es lucha
Todos los pobladores originales de Nueva Trinidad en realidad provienen de la Región Huista: seis municipios en el departamento de Huehuetenango en la parte noroccidental de Guatemala.
“Nosotros éramos del altiplano y llegamos aquí. Ya no llegamos a nuestro lugar de origen”, narra Juan Hernández, recuerda el conflicto armado interno de Guatemala, sobre todo en los años 80.
Guatemala vivió de 1962 a 1996 un conflicto armado que provocó graves violaciones a los derechos humanos. Según la Organización de los Estados Americanos (OEA), el periodo más violento fue identificado entre 1978 y 1983.
Comunidades enteras fueron arrasadas por una campaña militar llamada “Victoria 82” destinada a la destrucción de pueblos indígenas y comunidades campesinas, forzándoles al desplazamiento.

En la Región Huista no hay volcanes, por lo que la nueva población se sintió muy insegura cuando fueron reubicados en este lugar, luego de casi 20 años de vivir en Chiapas debido al desplazamiento.
Y no le faltaba razón, en junio del 2018 el Volcán de Fuego hizo una erupción que sepultó por completo la comunidad vecina de San Miguel Los Lotes.
Aunque nadie murió durante ese desastre en Nueva Trinidad, sí afectó mucho sus cafetales y la producción cayó en picada: apenas mil quintales en todo un año.
Roberto González forma parte del Comité Indígena de Nueva Trinidad (CINT), el grupo organizado cuya misión es buscar una finca nueva donde la comunidad pueda restablecerse.
“El gobierno declaró inhabitable la tierra, entonces quiere decir que no se puede vivir y nosotros estamos viviendo porque no tenemos dónde”, reclama Roberto.

Caer y levantarse
Nueva Trinidad tiene dos zanjones grandes a cada lado de la comunidad que se cierran como una tenaza. Los dejó la erupción del 2018 y son un constante recordatorio del poder del volcán y su amenaza constante.
Aunque a las personas de la comunidad sí les gustaría un nuevo lugar para vivir, quieren seguir trabajando su café en esta tierra grisácea y fértil. Pero para ello necesitan más apoyo, principalmente para que las personas jóvenes no migren en busca de trabajo.

Según Cecilia Montejo, una joven de 29 años que trabaja en la cooperativa y cuyo padre es asociado, una gran oportunidad para evitar que los jóvenes migren es fortalecer las capacidades de la cooperativa y sus miembros.
“Tal vez no tenemos estudios universitarios, pero empíricamente hemos aprendido bastante, hemos dado lo mejor de nosotros. Sí me gustaría que vinieran proyectos para impactar y ayudar a nuestra comunidad”, confía Cecilia.
Luisa, Damián, Juan, Cecilia y todas las personas de Nueva Trinidad confían en poder pintarle un segmento más a su mural. Un nuevo capítulo en el que queden impregnados sus deseos a futuro y que le haga honor a la fortaleza y resiliencia que han tenido para levantarse y seguir abriendo nuevos caminos.
“Si uno es feliz con lo que le gusta, uno se motiva y no importa las caídas, los tropiezos, uno se levanta. Entonces caer y levantarse creo que no es caer, es fortalecerse, es agarrar ánimo y pues seguir trabajando”, asegura Damián.